Discopatía

Comentarios sobre grandes discos que vale la pena escuchar al menos una vez en la vida. Comentarios, a pesar de que con la buena música las palabras sobran.

Tuesday, June 20, 2006

Rush - Hemispheres (1978)



Hemispheres, el sexto disco de Rush en estudio, podría definirse como una gran oda a Apolo, el patrón de las musas y de la belleza ponderada, y a Dionisos, que personifica lo instintivo e irracional.
En general, se trata de un álbum en donde la belleza de lo épico llega a un nivel pocas veces alcanzado, aunque evidentemente sigue la misma tendencia conceptual de sus dos grandes predecesores: 2112 (1976) y A Farewell To Kings (1977), con los cuales se configura la etapa más netamente progresiva del grupo.
Así, Hemispheres repite la historia de virtuosismo que escriben en cada entrega los tres músicos de Rush, la que se conjuga con composiciones de gran nivel melódico y técnico que no defraudan en ningún segundo de sus 52 minutos de duración, manteniendo en cada uno de sus cuatro tracks el díficil equilibrio entre lo más cerebral y refinado de su veta progresiva y lo visceral y emotivo de su motor rockero.
Eso creo que es justamente lo que marca esta obra y me hace destacarla antes que otros discos de la banda, que es mi favorita. Junto a esto se suma el hecho de que no sobra ningún tema, ni siquiera una nota, manteniéndose una mágica sensación de unidad y armonía, lo que a mi juicio no siempre ocurre en los discos de Rush, sobre todo con algunas aburridas baladas bucólicas.
Emergiendo desde alguna dimensión insondable, los acordes abiertos –marca de fábrica de Alex Lifeson- con que parte Cygnus X-1 Book II van definiendo anticipadamente la atmósfera de esta monumental suite, llena de pasajes luminosos, inquietantes y épicos.
En palabras simples, la idea que hay detrás de Cygnus... –continuación conceptual de Cygnus X-1, que cierra A Farewell To Kings- es hacer sentir al oyente, a través de la música y unas líricas cuidadas, el clásico conflicto descrito por Nietzche entre lo apolíneo y lo dionísiaco, la razón y el corazón, graficado en una contienda entre los dioses Apolo y Dionisos.
Para exponer este argumento Rush divide el primer corte en seis piezas, partiendo por un preludio que presenta la división generada en el mundo por ambas fuerzas. Ya de entrada queda patente el tradicional sonido de la banda en este período, con un baterista como Neil Peart que conjuga su versatilidad jazzística con la fuerza del rock, intercalando con naturalidad distintas métricas rítmicas, sobre las cuales el bajo de Geddy Lee –con fuerte presencia en este disco- dibuja intrincadas e inquietas líneas. Éstas son coloreadas con acordes abiertos y arpegios a cargo de las seis y doce cuerdas de Alex Lifeson, quien también aporta riffs y de primera, los que en combinación con los acordes configuran su particular y a veces subvalorado estilo. También aparecen algunos solos, pero no son el punto alto, al menos en este tema.
Una sencilla escala y una melodía de cuatro notas, primero delineada por armónicos naturales, configuran ya los principales leitmotivs de este primer corte, marcado por los cambios de ritmo, de intensidad y de armonía.
Después del Preludio es el turno de Apollo Bringer of Wisdom, en donde el dios de lo reflexivo defiende sus bondades. Esto es seguido por una sección llena de energía en la cual la voz quejumbrosa y épica de Lee describe la situación que enfrenta el espíritu humano, dividido entre la razón y el corazón. Un solo simple con la distorsión y la sobreposición característica del sonido de Lifeson sirve de puente para llegar a Dionysus Bringer of Love, el turno de Dionisos para presentarse. Se repiten las mismas ideas musicales de Apollo Bringer of Wisdom hasta pasados los nueve minutos, cuando irrumpe la cuarta pieza: Armageddon The Battle of Heart and Mind, una sección más oscura y con un compás marcial irregular e inquietante, como el borroso y circular lick de guitarra que se repite por unos quince segundos.
La entonación casi apocalíptica de Lee refuerza el aire sombrío de este pasaje, que se va diluyendo hasta que resucita el poderoso riff disminuido de Cygnus X-I, suite que cierra el disco anterior.
Lo que sigue es Cygnus Bringer Of Balance, en donde los teclados crean una atmósfera estática de lánguida reflexión casi mística que se rompe de improviso con un impulso épico que repite las mismas ideas musicales de Prelude. Un pasaje rápido deriva en una serie de redobles de batería que terminan con un golpe de gong, que marca el inicio de The Sphere A Kind Of Dream, sencilla balada de voz y guitarra acústica que pone un calmo fin al primer track del disco.
Toda la energía rockera de Rush aparece con Circumstances, breve canción construida sobre un muralla de acordes de sonido hard rock y una base rítmica vertiginosa. Un entrevesado riff – del tipo que inspira varios pasajes de Dream Theater- precede al coro, lleno de cambios de ritmo y con un Geddy Lee al que le sobra sentimiento.
Después del segundo coro Rush nos regala una pequeña sección instrumental en que el sintetizador ensaya armonías suaves y reposadas que se apagan con la entrada de la banda en pleno, que parece avanzar sobre una cuerda floja de sutiles cambios de ritmo.
El disco avanza hacia uno de sus puntos más altos: The Trees, una canción que a simple vista sigue la misma senda de Circumstances, con estribillos rockeros y un intermedio instrumental. Sin embargo, quién sabe por qué mágica combinación, esta composición se inscribe como una de las mejores del repertorio de Rush.
La introducción de guitarra acústica es sencillamente magistral, al igual que la melodía vocal y el juego del bajo. Después de este breve pasaje, la banda pone la segunda velocidad y es todo catarsis sobre una sólida pared de guitarras. Bajo y batería combinan a la perfección el virtuosismo, la belleza y la energía, sobre todo con unos redobles llenos de majestuosidad que hacen temblar. La voz de Geddy Lee, por su parte, mantiene un sentimiento épico que se adecua muy bien a los cambios de la canción, que en 1.45 se adentra en un reposado pasaje de coloridas armonías en donde una suave guitarra de fondo recibe pinceladas de sintetizador y unas originales percusiones.
La batería rompe con sutileza esta idílica ensoñación desarrollando una base original y compleja, acompañada por un bajo repetitivo. Alex Lifeson lanza un bello solo y todo desemboca en un quiebre melódico y rítmico inolvidable.
Los últimos nueve minutos y medio del disco son francamente de antología. La Villa Strangiato, tal vez el mejor instrumental de Rush con YYZ, escupe en los oídos una variedad de sonidos, con algunas melodías tomadas de los monos animados (Looney Tunes), mostrando la versatilidad de la banda.
Acertadamente subtitulada como An Exercise In Self-Indulgence, el último track del disco es un derroche de virtuosismo y buen gusto a la hora de escoger melodías y manejar la intensidad.
Reposado y reflexivo, el comienzo de guitarra acústica con sonido español abre la puerta a una melodía sencilla y a una vigorosa base rítmica que va alimentando una atmósfera ambiental. Corridos dos minutos, aparece uno de los riffs centrales, que se va intercalando con una melodía más dinámica y una sección más rápida, que según la división interna del track debería corresponder a Strangiato Theme. Mención destacada exige el juego de platillos, que es demoledor a lo largo de todo el tema.
Luego de una repetición, Alex Lifeson coloca algo de suspenso con sus acordes, bajando la intensidad y entrando en un pasaje íntimo que le permite expresarse libremente en la guitarra con licks quejumbrosos y melancólicos (A Lerxst In Wonderland).
Luego del solo, una nueva idea musical guiada por la guitarra muteada refuerza el aire intimista del pasaje, que termina por electrizarse y dar paso a otra melodía en la que se respira swing y los tambores y el bajo hacen su aporte preciso (Monsters!), con secciones solistas para ambos, en medio de interminables quiebres cromáticos.
En su segunda arremetida solista de Lifeson desgrana un solo que suena a parodia de las melodías precedentes (Danforth and Pape).
The Waltz Of The Shreves suma otra idea musical llamativa y fresca mostrando una matemática coordinación en todos los instrumentos. El breve pasaje da paso en 7.50 a un riff oscuro, poderoso y con feeling bluesero: Never turn your back on a Monster. Luego de doce segundos retorna la juguetona melodía de Monsters!, seguida por el motivo central, Strangiato Theme, de cierto sabor italiano.
Un cierre abrupto se deja caer con A Farewell To Things, marcando la despedida de un instrumental interesantísimo y fresco y también de los sublimes 37 minutos de este disco imprescindible, un verdadero regalo a los oídos y a las almas.

1 Comments:

At 7:27 AM, Blogger las divagaciones de Carola said...

Buen blog, aunque me gustaría saber más de su autor....Disculpa mi ignorancia,Frank Zappa por casualidad, participó en el Concierto para Bangladesh??

Saludos desde Valparaíso.
Carola

 

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