Discopatía

Comentarios sobre grandes discos que vale la pena escuchar al menos una vez en la vida. Comentarios, a pesar de que con la buena música las palabras sobran.

Sunday, September 10, 2006

Crosby, Stills, Nash and Young (CSNY) - Deja Vu


Como poniéndome el parche antes de la herida, debo decir que tal vez, en la poco probable posibilidad de que alguien haya leído hasta este punto los comentarios anteriores, tal vez, digo, pueda ser acusado de poco crítico y complaciente en demasía.
Quizás me faltó escribir una “declaración de principios” extensa y clara al iniciar este blog, pero creo que no es tarde para explicitar algunas cosas: que los discos aquí comentados son aquellos que me gustan y que estimo merecen ser escuchados por cualquier amante de la música, sea lo que sea que signifique esa manida expresión (“amante de la música”). Por lo mismo, mi predisposición analítica frente a ellos es positiva, exultante e incluso reivindicativa. En definitiva, se trata de álbumes que, a mi juicio, de verdad valen la pena ser escuchados, aunque sea una vez en la vida.
Dicho esto, con mi “conciencia tranquila”, por decirlo de algún modo, procedo a hablar de Deja Vu, disco de 1970 que reunió el genio, la sensibilidad y la energía de cuatro nombres esenciales del rock de la ebullición juvenil de fines de los sesenta: David Crosby, Steve Stills, Graham Nash y Neil Young, firmas que llenan 36 minutos no sólo de poderoso folk-rock, sino que también de otras múltiples influencias bien condimentadas por este supergrupo de la “nación Woodstock”.
Como en un amanecer que promete jornadas felices bajo un sol imperturbable, los luminosos acordes y las visionarias líneas vocales de Carry on lanzan una incontrarrestable proclama de paz y amor. De inmediato sobresalen las armonías vocales, sello distintivo de Crosby, Stills, Nash and Young (CSNY), que se roban prácticamente todo el tema con su ensamble perfecto. Un austero pero vital solo de guitarra se suma acertadamente a la base acústica, a la que las percusiones dan un sabor especial. Pasados los dos minutos y con las bellas líneas “Carry on / love is coming / love is coming to us all”, termina la primera parte de esta canción. Un pase percusivo hace partir la segunda sección más rockera, con predominancia de la batería, el órgano Hammond y los sicodélicos punteos de Neil Young. La base se mueve muy en la onda de In a Gadda da Vida, de Iron Butterfly, pero eso sí, las voces, que no tardan en retornar, borran cualquier posibilidad de confusión: CSNY is coming…
Este disco, hay que decirlo, recorre una riqueza de sonidos, estilos y estados de ánimo que hasta el último minuto, con la suma final, da un resultado armónico y perfecto.
Así, el country más convencional también tiene su espacio con Teach your children, en donde las voces nuevamente se llevan todo el crédito, junto a la colaboración del mítico Jerry García (Grateful Dead) en la guitarra steel. El corte dura menos de tres minutos y mantiene la actitud visionaria y optimista de Carry on.
La electricidad retorna con la turbulenta Almost cut my hair, que escupe inquietud, angustia y pesimismo, sentimientos que reflejan la otra cara de eso años, marcados por Vietnam. Una guitarra cadenciosa y cortante va dibujando este medio tiempo intenso, rockero y oscuro, en donde no hay espacio para las armonías vocales que dieron vida a los tracks anteriores, detalle que es suplido por la voz desesperada de David Crosby, una certera base rítmica y ácidos solos de guitarra.
La calma regresa con Helpless, para mí una de las mejores baladas de todos los tiempos. Emotiva y melancólica, la desamparada voz de Neil Young dibuja unas líricas sencillas, que en algo recuerdan a Bob Dylan en Knockin’ on heaven´s door. Una gran composición perfectamente ejecutada, con excelentes arreglos a cargo del piano, la guitarra acústica y la guitarra steel de García, que se lleva gran parte de los créditos en cuanto a la atmósfera evocadora que recorre todo el tema.
La quinta canción, un cover de la cantante canadiense Joni Mitchell, deja claro que estos tipos también están llenos de fuego rockero. Un riff de prominente hard rock, una guitarra rítmica afilada e implacable, un bajo que a ratos parece poseído –sobre todo en pasajes con octavas-, una batería que no ahorra recursos, redobles y sutiles quiebres y, por sobre todo, una combinación precisa de las voces precisas, hacen de este uno de los temas más recordados y conocidos del disco, un himno hippie que a pesar de la agonía de los sueños, hoy se escucha igual de fresca y esperanzadora.

La canción que da su nombre al álbum, Deja Vu, suena algo más experimental, con una mayor diversidad de pasajes y bastante de impredecibilidad que van desde un comienzo teñido por un aire jazzy y con reminiscencias orientales, hasta una balada sicodélica en la que se asoma una harmónica añorante y licks de guitarra que huelen a jazz. La calidad vocal se mantiene, pero las melodías son algo menos convincentes, aunque hipnóticas.
Del séptimo corte, Our House, es imposible no decir que se trata de una grandiosa balada pop. Es una canción romántica que puede escucharse cuatro, cinco, diez veces y siempre va a generar algo extraño, una sensación que irremediablemente lleva a suspirar. La melodía y los acompañamientos recogen cierto sonido inglés, que incluso podría llevar a pensar en The Beatles.
Sin embargo, Our House es una personalísima composición de Graham Nash escrita para su pareja de entonces, Joni Mitchell (la creadora del tema Woodstock), en donde la voz se complementa de forma perfecta con el teclado y también con la batería, cuya entrada mágicamente no rompe la atmósfera calma y reflexiva de esta pieza, en donde todo suena luminoso y, musicalmente, enamorado, sobre todo en ese cambio de ritmo en donde la caja dirige un meloso e inocente “na na nanananá”. Tres minutos que amor y sensibilidad que no deberían terminar nunca, aunque a ratos pueda sonar demasiado infantil o cursi.
El octavo tema de Deja Vu, 4 + 20, trae una pausa a esta mágica sucesión de melodías inolvidables, con una balada folk sencilla, que en dos minutos ocho segundos de arpegios deja al oyente una buena lección de sencillez y belleza.
Tras la quietud, irrumpe una suite algo extraña, que nuevamente aleja a la banda de los márgenes típicos. Country Girl a ratos parece una composición cuasi sinfónica, con toques majestuosos de percusión y un libre trabajo de teclados.
Las armonías siguen presentes, pero ahora más allá de moldes estándar.
La melodía vocal que aparece en 3.20 puede poner fácilmente la piel de gallina, sobre todo con el violento sonido de la guitarra que la acompaña.
La siguiente melodía es una nueva muestra de genialidad, moviéndose sobre una orquestación de lujo.
Después del golpe de emotiva intensidad propinado por Country Girl, Everybody I love you trae ahora un golpe de electricidad, que cierra el disco en la mejor clave rockera. La primera parte, arrolladora para los estándares sesenteros, da paso en 1.17 a una melodía notable que se repite hasta el final, con entusiasmo y un ritmo que invita a moverse.
Variedad, calidad y energía, elementos que sobran en Deja Vu, uno de los grandes álbumes de los sesenta, lo que no es poco decir.

Wednesday, September 06, 2006

Ben Webster - Soulville (1957)





Bastan sólo unos segundos para darse cuenta de que lo que emerge por los parlantes es una cosa de otro mundo, de una dimensión suave, delicada y de un sentimentalismo, si bien algo controlado, también paradójicamente espontáneo y sin artificios.
Las reposadas seis cuerdas de Herb Ellis dan la partida a Soulville, primer corte del disco del mismo nombre, grabado el 15 de octubre de 1957 en California. En los créditos, un personal de lujo: nada menos que el cuarteto del pianista Oscar Peterson, que además de Ellis en la guitarra, incluye al bajista Ray Brown y al batero Stan Levey, quienes van armando la tela perfecta para que el maestro Ben Webster pinte una obra de arte con cada nota de su saxo, pinceladas precisas, sin alarde de virtuosismo -que tal vez en un disco como éste podría parecer derroche-, sello que seguirá haciendo inconfundible a este músico a través de las décadas.
La más extensa de las dos composiciones de Webster para esta producción, Soulville me trae a la cabeza el concepto “música para solitarios”, tres palabras que calzan perfecto para definir la atmósfera bluesera del track, con un resignado aire de añoranza, esperanzada y tan sin sentido al mismo tiempo. Una base exquisita y suave, marcada por los precisos adornos de Peterson en las teclas ordena las piezas de forma tal que las frases llenas de blues que Webster va derramando por goteo parezcan no haber podido sonar de otra forma, como aquellas que arma en 1.37 y que se van sucediendo sin atropellarse, cada una a su segundo preciso, como la sentida melodía de 2.25, que abre un gran pasaje en que Webster se escapa un poco del patrón netamente bluesero y que termina luego de unos exquisitos cromatismos, a partir de 2.59.
En 3.13 un pequeño quiebre trae un descanso a la base y crea una luminosa tensión que de la mano del piano termina de resolverse. Así, a los cuatro minutos el saxo exhala su último respiro y es el turno de Peterson, cuyos dedos siguen blueseando delicadas notas sobre el blanco y negro de su instrumento, ahora en primer plano.
En 5.37 el piano y la guitarra se quedan marcando el ritmo con suaves acordes, en otra pausa que Brown aprovecha para un sencillo solo.
Casi un minuto más tarde Webster regresa con algo más de fuego, pero sin perder la sutileza para no romper el clima sublime que llena cada compás hasta el final.
Con otros colores, Late Date, el segundo tema del disco, también compuesto por Webster, sigue disparando blues, pero ahora con un swing más enérgico y vivo.
Ellis nuevamente es el encargado de abrir el fuego de este up-tempo con unos double stops que generan una exquisita reverberación. La entrada del saxo es triunfal, con líneas joviales y cálidas, siguiendo un patrón melódico sin mayores quiebres, que Webster va modificando sutilmente hasta que se lanza a solear con entera libertad a partir de 1.12 y hasta 2.25.
Después el piano se vuelve amo y señor del track y repite el sólido trabajo del primer corte con dulces y algo más repetitivos licks de blues.
Por debajo poco a poco la guitarra se vuelve más notoria con juguetones acordes, que finalmente decantan en un gran solo en donde Ellis asume una actitud abiertamente blues.
Webster hace su última arremetida, logrando que su saxo cante en forma desgarrada y, obviamente, como un negro que predica el blues. Luego retoma las líneas que lanzó al comienzo del tema, con algunas variaciones y un tono de mayor delicadeza, marcando la despedida de este segundo gran tema.
Time on my hands retoma el sabor intimista de Soulville, pero ahora con el saxo de Webster como piedra esencial desde el principio. Frases reflexivas, complementadas por el piano, son la base de esta balada, que comienza a caminar lentamente pasado el minuto y medio del track. Los cuatro minutos se hacen pocos y la canción termina casi en un susurro. Como es típico en Webster, ni una sola nota de más, lo que sin duda es la clave para los grandes baladistas.
El cuarto corte del disco es un clásico más familiar para mis oídos, no muy duchos en materia jazzística: Lover come back to me, un standar sabroso y absolutamente tarareable, que recibe del cuarteto de Peterson todo el brillo rítmico que necesita para ser otro de los temas memorables del álbum.
Webster dispara pura sensualidad en este tema, el más extenso del disco, que también suma una despierta performance de Peterson a partir de los 4.19.
El retorno del saxo es más fiero y se complementa con simples pero efectivos redobles de Levey, que hasta ahora parece un batero bastante quitado de bulla.
El complemento rítmico y armónico de Ellis es realmente notable, aunque en algunos pasajes se requiere aguzar un poco el oído para captarlo en toda su expresión.
En Where are you, quinta pieza de Soulville, abre el fuego Peterson con una típica introducción en onda de balada. Y lo que viene después es un Webster inspirado y taciturno, siguiendo la huella de Time on my hands y repitiendo las claves de su estilo: notas largas, reposadas y vibrantes. “I like the pretty things”, dice Webster en el librillo del CD, como si sus palabras, una vez escuchado el disco, parecieran estar definitivamente de más.
El siguiente corte, Makin’ Whoopee, vuelve a la elegante sensualidad de Lover come back to me, ahora con una mayor presencia del bajo de Ray Brown y una batería algo más suelta.
Cuatro minutos y medio que se hacen segundos.
La breve balada I’ll Wind es la encargada de cerrar el álbum, con una sobriedad romántica que respeta cada una de las claves del inigualable estilo de este inolvidable saxo tenor.
La reedición de Soulville hecha por el sello Verve en 1989 trae tres bonus tracks: Who, Boggie-woogie y Roses of Picardy, surcos en los que Webster pasa al piano y logra una formidable comunión con Levey, que se oye más creativo y despierto que en los temas del disco. Claro que en este trío de piezas extras lo que prima es la diversión del boggie woogie, lo que no impide catalogar de fascinante la facilidad del tenorista tras el teclado.